capítulo 2

EL SOPLÓN

del FBI

Fred Whitehurst, un excombatiente de Vietnam con un doctorado en química, se encargó en los años 90 de sacar al sol los trapos sucios del FBI. Sus denuncias obligaron al gobierno norteamericano a revisar casos como el de Avianca y concluir que sus “expertos” se habían extralimitado.

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Fred Whitehurst rescató en Vietnam los diarios de una médica dada de baja por los norteamericanos.

ara muchos Fred Whitehurst es un delator, un soplón, un “sapo”, como se dice en Colombia. Para otros, es el único que se atrevió a revelar ciertos asuntos sucios del FBI. Whitehurst vive junto a su esposa en una casa en el pequeño poblado de Bethel, Carolina del Norte (Estados Unidos), rodeado de archivos oficiales y documentos que respaldan los secretos que desempolvó hace 25 años, cuando desató una tormenta en el interior de la agencia de investigaciones norteamericana y aclaró, de paso, detalles perdidos en el caso del HK 1803 de Avianca.

 

Con 68 años encima, el exagente del FBI posee una figura maciza, imponente, apoyada por una cara cuadrada con bigote. Dos periodistas lo describieron alguna vez como “pedante, metódico, recto como una flecha”. Para sus excompañeros del FBI era alguien que se tomaba las cosas de “forma demasiado literal”. Es un tipo que hace y dice lo que cree correcto, sin importar los problemas que desate. De hecho, venció al FBI en los tribunales y fue indemnizado con US$1,16 millones. En el gremio de los abogados preocupados por la corrupción en Estados Unidos, Whitehurst es lo más parecido a un ídolo. Viaja por el país como conferencista para discutir sobre pruebas falsas de ADN, fraudes con huellas dactilares y estudios químicos y de balística inapropiados. En los ratos libres, arregla relojes viejos.

 

Su historia personal es peculiar. En 1965, cuando terminó la escuela, se matriculó en la East Carolina University, pero tres años más tarde suspendió sus estudios para enrolarse en el ejército. Después de un corto entrenamiento fue enviado a la Guerra de Vietnam y trabajó como agente de inteligencia. En la base Durc Pho, su misión consistió en revisar documentos interceptados por otros soldados. Si no contenían ningún valor militar la orden era destruirlos. Trabajó de la mano del sargento y traductor Nguyen Trung Hieu. Un día de 1970, llegaron a sus manos dos libretas escritas por Dang Thuy Tram, una médica de Vietnam del Norte abatida por soldados estadounidenses. En esos diarios llevaba un minucioso registro de sus pensamientos y recuerdos del hospital civil en el que atendía a miembros del Viet Cong heridos en la selva.

 

“Hoy tuvimos una evacuación para evadir la operación de barrido del enemigo. La clínica entera se movilizó, una empresa infinitamente agotadora. Es desgarrador ver a los pacientes heridos con gotas de sudor corriendo por sus rostros pálidos, luchando para caminar paso a paso a través de los estrechos desfiladeros y en pendientes pronunciadas. Si algún día nos encontramos viviendo en las flores fragantes del socialismo, hay que recordar esta escena para siempre, recordar el sacrificio de las personas que derraman sangre por la causa común”, escribió el 31 de mayo de 1968. Dang Thuy Tram tenía 25 años. La primera página de sus diarios la escribió en abril de 1968. La última, el 20 de junio de 1970.

 

Whitehurst notó la belleza literaria y valor histórico de esas páginas, aunque en términos militares no fueran importantes. En contra de las órdenes militares, decidió que los diarios no irían a la hoguera. Los conservó por 35 años con la esperanza de devolverlos a la familia de la médica vietnamita. En marzo de 2005, durante una conferencia en Texas (Estados Unidos), Fred Whitehurst conoció al fotógrafo Ted Engelmann, quien se ofreció a buscar a los parientes. Cuatro meses más tarde los escritos fueron publicados bajo el título “Diarios de Dang Thuy Tram” y se convirtieron en best seller. Desde entonces, el libro ha sido traducido a varios idiomas. En inglés, se tituló “Last night I dreamed of peace” (“Anoche soñé con la paz”) y vendió varios miles de copias.

El escándalo del FBI

Al regresar de Vietnam, donde fue condecorado con cuatro estrellas de bronce y la medalla del elogio del ejército americano, Whitehurst obtuvo un Ph.D. en química de la Universidad de Duke y trabajó en una investigación posdoctoral de química cuántica en la Universidad de Texas A&M. Más tarde consiguió un título como abogado en la Universidad de Georgetown mientras trabajaba en el FBI como agente supervisor especial en el Laboratorio de Criminología. Esa dependencia, a la que se unió en 1986, estaba conformada por 35 unidades en las que trabajaban 626 personas. Era una máquina de procesamiento de pruebas judiciales que en un año podía ejecutar alrededor de 700 mil exámenes forenses.

 

Whitehurst se dio cuenta de que en el interior del laboratorio las cosas no funcionaban como debía ser. Como científico de alto nivel le ofendía lo que veía alrededor. Algunos de sus colegas no tenían preparación académica ni científica para los cargos que ocupaban. Tampoco realizaban su trabajo con rigurosidad. Más tarde diría que sus “hábitos de trabajo eran descuidados”. No prestaban atención a las normas de seguridad, se paseaban por zonas de análisis químico con botas y ropas sucias, opinaban sin saber de los temas. Era una cultura de trabajo que lo irritaba, pero toleraban los altos estamentos del FBI. La contaminación de muestras era una de sus preocupaciones. Los instrumentos de laboratorio eran ultrasensibles y calibrados para detectar trazas casi insignificantes de residuos químicos, así que el simple roce con un guante contaminado podía producir un falso resultado positivo. “Simplemente no puedo entender por qué es tan difícil hacer las cosas correctamente y llevar el laboratorio a la excelencia. Moralmente, es un error no intentarlo”, recalcó a la prensa en una ocasión.

 

Sus primeras críticas fueron investigadas por el propio FBI, pero en 1995 las cosas se salieron de control. La Oficina del Inspector General del Departamento de Justicia, presionada por la prensa y los miembros del Congreso, decidió intervenir y asumió una investigación más profunda para comprobar la gravedad de los señalamientos. Así estalló “el escándalo del laboratorio del FBI”. Un grupo de expertos en criminalística, que juntos sumaban más de 100 años de experiencia, fueron comisionados para esclarecer la verdad en casos emblemáticos como el asesinato del juez Robert Vance, el 16 de diciembre de 1989; la bomba del 26 de febrero de 1993 contra el World Trade Center; la bomba de Oklahoma, el 19 de abril de 1995; la acusación por asesinato contra el exfutbolista O. J. Simpson, y la investigación del accidente del avión de Avianca en Colombia.

 

Whitehurst estaba familiarizado con el caso de Avianca porque en 1989 había recibido algunas piezas enviadas desde Colombia por Hahn

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700

mil pruebas judiciales procesaba el FBI.

Alguien mintió en el caso Avianca

Luego de cientos de entrevistas y de revisar más de 60 mil documentos, los expertos presentaron sus conclusiones el 15 de abril de 1997. El informe general ocupó 517 páginas. La sección E, de 40 folios, estuvo dedicada exclusivamente al análisis de la participación del agente Richard Hahn en el caso del avión de Avianca, y reveló la precariedad de sus afirmaciones.

 

Whitehurst estaba familiarizado con el caso de Avianca porque en 1989 había recibido algunas piezas enviadas desde Colombia por Hahn. De hecho, fue su asistente Fred Bender, quien aplicó las pruebas para detectar o descartar presencia de explosivos. En ese momento, sólo una pequeña pieza, etiquetada como Q15, correspondiente a un fragmento de caucho del tanque central de gasolina, dio positivo para dos sustancias: RDX y PETN. Ambas presentes en el explosivo conocido como Semtex. El resto, los fragmentos del fuselaje del lugar donde se supone que ocurrió la explosión, un zapato, un portaelementos para afeitar, un monedero y fragmentos picados del avión, dieron resultado negativo.

 

Esa falta de consistencia en los resultados llevó a Whitehurst a sospechar que la cadena de custodia había fallado. Así se lo explicó a los peritos. Nunca estuvo claro quién los recolectó ni cómo. Conjeturó que la pieza positiva etiquetada como Q15 pudo contaminarse en el interior del propio laboratorio del FBI o al ser recolectada en Colombia.

 

No era su única duda en el caso. También recordó la llamada que recibió el 4 de junio de 1994, cuando Richard Hahn lo telefoneó para hacerle una pregunta respecto al caso Avianca:

- ¿Podrías decir, a partir del análisis del material, si es o no posible que esto fuera provocado por un gel de dinamita amoniacal?

La inquietud de Hahn obedeció a que acababa de ser llamado a testificar en el juicio en el juzgado del Eastern District de Nueva York contra Dandenis Muñoz Mosquera, alias la Kika, capturado el 24 de septiembre de 1991 por agentes de la DEA mientras hablaba con su mamá desde una cabina telefónica en Jackson Heights (Queens) en Nueva York. La justicia norteamericana señalaba a la Kika, de 26 años, de haber participado del atentado contra el avión de Avianca en el que habían muerto dos ciudadanos norteamericanos.

 

 

Durante el juicio contra la Kika surgió un grave problema. El entonces fiscal general de Colombia, Gustavo de Greiff, envió una carta al juez Sterling Johnson asegurando que la Kika era inocente de la explosión del avión de Avianca:

 

Su Señoría, en la República de Colombia, mi oficina tiene detenido actualmente a un individuo, el señor Carlos Mario Alzate Urquijo, por su participación en el atentado anteriormente mencionado, entre otros crímenes. Este individuo no ha implicado, ni en su confesión ni en sus declaraciones, al hombre que aparecerá ante su despacho en el curso de este mes, Dandenis Muñoz Mosquera.

 

Desafortunadamente, la confesión del Sr. Alzate Urquijo, alias Arete, por el atentado al vuelo 203 de Avianca está sellada bajo la ley colombiana, durante esta etapa del proceso que se adelanta contra él y no puede ser enviada a Ud. para su revisión.

 

Además no tenemos ninguna otra evidencia que vincule al Sr. Muñoz Mosquera a ese atentado. Tan pronto como podamos suministrarle la evidencia que tenemos sobre este asunto, procederemos a hacerlo.

 

Consideré que era necesario informarlo de la situación anteriormente mencionada con el fin de evitar que se cometa una posible injusticia en el caso bajo su consideración.

 

Desde el principio, las autoridades norteamericanas desconfiaron de esa versión, sobre todo porque les fue negada la posibilidad de entrevistar directamente a Arete. Un detalle les hizo pensar que  Arete mentía y querían confirmarlo con Hahn, el “experto” en explosivos del FBI. Y ese detalle era el material con que había sido fabricada la bomba. El narcotraficante aseguraba que la bomba contenía cinco kilogramos de dinamita, el mismo explosivo que la mafia utilizó el 6 de diciembre de 1989 contra el edificio del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) para tratar de matar a su director, el general Miguel Maza Márquez. El reporte del FBI mencionaba otro explosivo: Semtex.

 



No tenemos ninguna otra evidencia que vincule al Sr. Muñoz Mosquera a ese atentado. Tan pronto como podamos suministrarle la evidencia procederemos a hacerlo.

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Gustavo de Greiff fue el primer fiscal general de la nación y en 1994 recibió el testimonio de El Arete, quien se inculpó por el caso del avión de Avianca.

Sólo una pequeña pieza, etiquetada como Q15, correspondiente a un fragmento de caucho del tanque central de gasolina, dio positivo para dos sustancias: RDX y PETN.

 

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En aquella conversación telefónica, Whitehurst le explicó a Hahn que no existían razones científicas para descartar la dinamita. Los “cráteres” y la “corrosión” que Hahn había observado en la superficie del avión, y que atribuyó a un explosivo de alta velocidad, en realidad podían ser provocados por otros explosivos con velocidades de detonación inferiores a 20.000 pies por segundo, como la dinamita. Whitehurst remató su argumentación enviando a Hahn un puñado de artículos académicos que tiraban por el piso sus apreciaciones en el caso Avianca.

 

A pesar de las contundentes advertencias de su colega, Hahn terminó testificando en el caso de la Kika y defendió la presencia de un explosivo de alta velocidad en el atentado y no de dinamita, como lo aseguraba Arete. Aunque ese primer juicio no prosperó y la Kika se salvó de una condena, en noviembre de 1994, en un segundo juicio Hahn volvió a testificar, omitió los cuestionamientos de Whithurst, y la Kika fue condenado por el caso de Avianca, y otros 12 delitos, a 10 cadenas perpetuas, y 45 años adicionales, pena que empezó a pagar en ADX Florence, Colorado, la cárcel más segura de Estados Unidos. “Una versión limpia del infierno”, dicen quienes la conocen por dentro. No podía hablar con nadie y sólo recibía el sol durante una hora diaria. En los diez años siguientes, antes de ser trasladado a otra prisión por buena conducta, el mundo de la Kika se redujo a un metro veinte de ancho por dos metros de largo.

Cédula de ciudadanía de Carlos Mario Alzate, alias Arete, quien se atribuyó el atentado.

Hahn se defiende

A Hahn lo irritaron las acusaciones que hizo Whitehurst e intentó defenderse ante la comisión de peritos contraatacando: “Lo que él dice en el memorando no está basado en ningún tipo de análisis, está basado en especulación, no es el resultado de sus análisis de materiales. Quiero decir que Fred no hace más que especular sobre lo que pudo ocurrir  o lo que podría haber ocurrido”. Para zanjar la disputa, los expertos decidieron revisar toda la documentación del caso Avianca. El 8 de marzo y el 4 de octubre de 1996, Hahn respondió interrogatorios que se extendieron por varias horas.

Hahn contó a los investigadores que, tras graduarse de una escuela pública en Chicago, estudió literatura inglesa en De Paul University. A los 18 años se vinculó al FBI, pero sólo seis años más tarde fue contratado como agente. Luego aceptó que su entrenamiento en explosivos fue totalmente informal. Nunca asistió a escuelas especializadas en  explosivos. Su experiencia con explosiones en aviones se limitaba a su participación en el grupo que investigó el vuelo 103 de Pan Am el 21 de diciembre de 1988, en el que su tarea consistió en recuperar objetos personales de las víctimas. Richard Hahn aceptó que no tenía experiencia en química ni metalúrgica. Además admitió que jamás había visto una pieza de aluminio de un avión expuesta a los efectos de un explosivo.

Los peritos que revisaron el caso de Avianca consideraron necesario ponderar y revisar los  tres principales argumentos de Hahn: que en el avión existían pruebas de “corrosión” y “craterización” unívocas de una bomba de alta velocidad; que tras la primera explosión ocurrió una segunda de los tanques de gasolina que explicaba muchas de las características de los restos del avión, y que los cuerpos de las víctimas tenían marcas inequívocas de explosión de gasolina. Los investigadores estudiaron las fotografías tomadas por Hahn, evaluaron sus hipótesis sobre lo ocurrido y lo interrogaron por sus recuerdos en Colombia. Insistieron en saber cada ínfimo detalle sobre su línea de razonamiento y las pruebas que lo llevaron a determinar que el daño observado en la parte del fuselaje cerca de la silla 15F era “unívoco” de explosivo.

 

Richard Hahn aceptó que no tenía la formación adecuada en investigaciones con explosivos.

El informe del Departamento de Justicia sobre el escándalo del FBI tiene 40 páginas dedicadas al caso del avión de Avianca.

 Fueron diplomáticos, pero incisivos, en sus preguntas. Hahn trastabilló en las respuestas: “No, no lo sé... francamente. Creo que es imposible decir si la deformación del fuselaje en general, y en esta área en particular, fue por despresurización de la primera explosión. De hecho, lo dudaría. Opino que la segunda explosión también pudo contribuir de gran manera a la deformación de esa parte de la piel del avión...”. Uno a uno quedaron desvirtuados los tres pilares de la teoría de Hahn. Al ser confrontado directamente, el agente del FBI no tuvo otro camino que aceptar su error: “No estoy cualificado para hablarles sobre cómo funciona este proceso. Ni siquiera estoy seguro de que la comunidad científica sepa qué ocurrió aquí, para ser sincero con ustedes”.

 

Richard Hahn añadió a su testimonio una crítica al gobierno de Estados Unidos por adelantar una investigación “incompleta y superficial” de la explosión del vuelo 203 del avión de Avianca. Y otra contra el Gobierno colombiano: “Una vez la aerolínea se libró del problema, y el Gobierno colombiano también se sintió libre del problema, simplemente dijeron al diablo con esto, empaquen sus maletas chicos y salgan de aquí”. En el informe final sobre el escándalo del laboratorio del FBI, en el caso del avión de Avianca, los peritos dejaron escrito:

 

“Concluimos que en los juicios de Muñoz Mosquera, el agente Hahn no cometió perjurio, ni fabricó evidencia, o intentó confundir a la Corte. Sin embargo, creemos que cometió varios errores: testificó equivocadamente en el primer juicio al decir que la dinamita no podía provocar la corrosión y la craterización en el avión; dio opiniones científicas relacionando la corrosión y la craterización con la velocidad de detonación que no tienen sentido y no se justifican por su experiencia; antes del segundo juicio no investigó sobre la validez de sus teorías aun cuando la literatura que adjuntó Whitehurst en su memorando estaba en conflicto con su teoría; dio un testimonio incompleto en relación con los resultados de la Unidad de Materiales; testificó de forma equivocada y por fuera de su área de conocimiento en relación con las explosiones aire-gasolina, y sobrestimó ligeramente su experiencia”.

 

Las conclusiones del informe del Departamento de Justicia de Estados Unidos dejaron en duda la principal evidencia sobre la que se construyó la teoría de la bomba en el avión de Avianca y tiraron al piso la credibilidad de uno de sus principales protagonistas, Richard Hahn, a quien los investigadores colombianos le habían creído ciegamente cada una de sus palabras. Hahn abandonó el FBI en 1999 y ahora vive en California, donde fundó la compañía R. Hahn & Company, Inc. Hoy ofrece servicios de consultor  en contraterrorismo y explosivos.

 

Las apreciaciones técnicas del agente Hahn y sus intervenciones ante la justicia norteamericana no son la única inconsistencia en la historia oficial sobre lo que ocurrió a bordo del vuelo 203 del avión de Avianca en 1989. El misterio envuelve también los nombres y la identificación de los cuerpos de las víctimas, así como la identidad de los supuestos autores materiales del atentado, Alberto Prieto y Julio Santodomingo. En ambos casos, jamás fueron establecidas las identidades y siguen rondando las preguntas incómodas.

Uno a uno quedaron desvirtuados los tres pilares de la teoría de Hahn.

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la historia que nunca nos contaron

Avianca 203