capítulo 8

¿Quién se robó las bombas de combustible?

la historia que nunca nos contaron

¿Qué dicen hoy los protagonistas de la historia oficial del vuelo 203 de Avianca? Sus respuestas ante la posibilidad de una falla mecánica sorprenden.

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icen los criminalistas que “tiempo que corre, verdad que huye”. Casi tres décadas después de la tragedia aérea sobre el cerro Canoas en Soacha, muchos de sus protagonistas principales están muertos. Las pistas importantes, como las bombas de combustible, desaparecieron. La memoria de los mafiosos, de los testigos y de los funcionarios de la época se desvanece. El expediente con más de 500 cuadernos permanece arrinconado en un pequeño cuarto en la Fiscalía, como platillo principal de los ácaros. A una fiscal atiborrada de trabajo, trasladada hace apenas tres años a la Unidad de Derechos Humanos, ocasionalmente le quedan unos minutos libres para asomarse a ese laberinto de papel.

 

El exdirector de la Aerocivil Yezid Castaño, quien comandó la investigación del HK 1803, continuó después con su carrera pública. Había sido gobernador del Tolima y cofundador de la aerolínea Aires y luego fue secretario de Hacienda de Bogotá. Hoy, ya jubilado, dedica parte de su tiempo a escribir sobre la historia de Colombia. Es un defensor acérrimo del gobierno de Virgilio Barco y lo entretiene la crítica gastronómica. Vive en un edificio al norte de Bogotá, vecino al domicilio privado del presidente de la República, Juan Manuel Santos. Castaño fue uno de los principales autores de la historia oficial narrada desde hace tres décadas. El 5 de diciembre de 1989, ante las cámaras de televisión y decenas de periodistas, explicó los detalles de lo sucedido en el vuelo 203 de Avianca.

 

A la pregunta de por qué se dijo que César Gaviria iba a viajar en ese avión, Castaño responde: “Sí. Eso nunca quedó claro y yo nunca se lo pregunté. Me parecía que era tan feroz lo que había pasado que no se lo pregunté. Además, como funcionario público, no me hubiera sentido bien que estuviera haciendo algo de zalamería con el seguro ganador de las elecciones a la Presidencia de la República”. Agrega que nunca se enteró del escándalo del laboratorio del FBI y mucho menos de los cuestionamientos que surgieron sobre la actuación del agente especial Richard Hahn en Colombia.

 

Su explicación para la desaparición de las ocho bombas de gasolina es que la gente que invadió el lugar debió robarlas. Tampoco tiene una prueba contundente sobre la historia de Julio Santodomingo y Alberto Prieto. Sólo insiste en que el agujero observado al lado de la silla 15F indicaba con claridad que algo explotó dentro del avión. Su justificación de por qué no se detectaron rastros de explosivos en los cuerpos y las piezas del avión es que “el que se usó no era para desintegrar el avión ni para que tuvieran los pasajeros trazas del explosivo”.

 

También dudo, incluso, que el técnico del FBI no supiera absolutamente nada. Que no fuera un especialista está bien, pero el tipo sí sabía, porque la identificación de restos es una cosa técnica

YEZID CASTAÑO

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Castaño se niega a aceptar una interpretación alterna a la historia oficial. No lo convence saber que el experto del FBI no estaba preparado para esa tarea, o que el primer estallido pudo corresponder a una explosión en uno de los tanques de combustible, como lo sugieren las piezas halladas por Koorsgard y las fallas reportadas en el informe de mantenimiento. Tampoco lo hacen dudar la única pieza positiva para explosivos encontrada, las contradicciones en las versiones de la mafia, el prontuario de fallas asociados a las bombas y los circuit breakers en esa familia de aviones alrededor del mundo o los cambios de regulación que se vio forzada a realizar la Boeing.

 

Ante estas conjeturas con sustento técnico o legal responde sin pensarlo dos veces: “No. También dudo, incluso, que el técnico del FBI no supiera absolutamente nada. Que no fuera un especialista está bien, pero el tipo sí sabía porque la identificación de restos es una cosa técnica. Y el análisis de cuerpos también es técnico y muy preciso. Pero quiero decirle lo siguiente: no recuerdo el boletín de la FAA ordenando el cambio de las bombas. Sin embargo, para que un avión vuele con seguridad no se necesita que el 100 % de los instrumentos estén funcionando. Además, si se hubiera presentado una falla en la operación, se hubieran dado reportes. Pero estaba bajo control”.

 

El exdirector de la Aerocivil defiende que la razón por la que se adelantaron a revelar lo ocurrido con el vuelo 203 antes de concluir las investigaciones, en aquella famosa rueda de prensa del 5 de diciembre de 1989, fue porque le dijeron que El Espectador ya tenía la información y la iba a revelar. “Si yo no la daba, la iba a dar ese periódico”. Esto no significa que existieron presiones para inclinarse por una versión: “No, jamás existió una información que contradijera la que se dio”.

 

Castaño sugiere hablar con dos personas que conocieron mejor la investigación. El capitán Francisco Pinzón, expiloto en Avianca y director de seguridad de la Asociación Colombiana de Aviadores Civiles, organización que lucha por los derechos de los aviadores, y Jimmy Henríquez, popular entre los aviadores colombianos porque fue por 12 años director de la escuela de formación de Avianca.

 

En sus conferencias sobre seguridad aérea, el capitán Francisco Pinzón cita con frecuencia al escritor cubano José Lezama Lima, quien odiaba los aviones: “Me aterroriza pensar que estando en un avión sólo una delgada lámina de aluminio me separará de la eternidad”. Debajo del vidrio que protege su escritorio, en una oficina al norte de Bogotá, señala orgulloso un certificado del curso de cinco semanas de duración sobre investigaciones de accidentes aéreos que tomó en la Unión Soviética en abril de 1989, siete meses antes del accidente del vuelo 203. Nunca escuchó hablar del agente Richard Hahn. Tampoco supo de reportes de nueve fallas en las bombas de gasolina. “Me sorprenden con eso de las bombas. La verdad es que no… A ver, no le puedo dar ninguna explicación a eso. Hasta ahoritica estoy enterado de esas circunstancia. Pero ¿qué se trata de pensar con que no aparecieran esas bombas de gasolina?”. Poco o nada sabe Pinzón sobre las dudas que rodean la investigación. Su conocimiento sobre el caso no es preciso.

A ver, no le puedo dar ninguna explicación a eso. Apenas ahora estoy enterado de esas circunstancias.

Pero, ¿qué se trata de pensar con que no aparecieran esas bombas de gasolina?.

 

FRANCISCO PINZÓN,

Expiloto.

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Presiones de todo tipo

A unos 60 kilómetros de Barranquilla, sobre la vía que conduce a Cartagena, está el condominio Aguamarina Beach Resort. Es el lugar que Jimmy Henríquez eligió con su esposa para vivir tras su retiro como director de la Escuela de Pilotos de Avianca. Durante 12 años se hizo cargo del entrenamiento del personal de la aerolínea. En 1989 era supervisor radar en la Aeronáutica Civil. Al enterarse del accidente del vuelo 203 pidió ser parte del grupo de investigación. Quería tener certeza de que no había sido un problema desde la torre de control. Entre los apuntes de las clases y conferencias que dicta hay unas cuantas hojas dedicadas a enumerar lo que sucedió con el vuelo 203 de Avianca.

 

Después de una larga conversación sobre las mentiras e inconsistencias que rodean la historia de la explosión del HK 1803 y sus posibles causas, Henríquez elige con cuidado sus palabras. Dice que esa y muchas otras investigaciones aéreas en el país no han sido rigurosas y siempre han estado bajo presiones e intereses de todo tipo. Aquella época, recuerda, era muy difícil, debido a la mafia y la situación política: “Mi opinión como experto en operación aérea, con 43 años de servicio, es que el accidente se presenta por despresurización brusca e inmediata. Los análisis de la investigación me convencen de que hubo una fuerza de expansión de la cabina de pasajeros hacia afuera, debajo de la silla 15F, estación 283 del avión. Eso generó la ruptura de la piel del avión”.

 

Otra conversación con el patólogo forense Pedro Morales, hoy subdirector de Medicina Legal y en aquella época uno de los médicos que identificaron los cuerpos, tampoco conduce a ninguna pista que permita anclar la teoría de la bomba en un lugar seguro o descartar una falla asociada a los tanques de gasolina. Morales no parece dispuesto a considerar otra versión. “No hay nada que explote los aviones así”, responde sin vacilar. “No, no. Hubo una explosión sin duda. Los aviones no tienen nada que explote así. Ningún avión de los muchos que han caído en el mundo. Ninguno que se desintegre”.

 

Morales se aferra a la que él considera su prueba reina, “lo que hicieron los norteamericanos en el avión que a nadie le han contado. En el juicio contra la Kika existieron unas fotos y unos estudios del FBI que analizaron todo el avión. Ellos cogieron todos los elementos y se los llevaron para un hangar. Vinieron los expertos del FBI, del instituto de seguridad de EE. UU. y concluyeron que era una bomba. Uno como científico tiene que creerles a los del FBI porque son científicos en explosivos. Independientemente de que sean del gobierno norteamericano, los laboratorios del FBI son muy serios. No son susceptibles de tales cosas. Ahora, que la información la use el Gobierno en otro sentido, es distinto. Pero que ellos no hagan las cosas objetivamente, no. Son señores muy expertos”.

 

Tener acceso al expediente completo que se conserva en los archivos de Medicina Legal es una posibilidad que niega Morales porque el caso sigue abierto y hace parte de la reserva sumarial. Como les ha ocurrido a muchos de los protagonistas de esta historia, su memoria del caso no es sólida. En cuanto al misterio del cuerpo del supuesto suicida, el patólogo responde vagamente: “Sí, sí. Al final, como a los siete meses había un señor que no nos cuadró. Hubo un señor que identificamos mucho después porque era de los pocos en los que no apareció ninguna familia. Después supimos que era un señor del Eln. Ese fue al que le pagaron para que llevara un paquete y lo tenían cebado con ese cuento. Un gancho ciego. Eso es probablemente lo que pasó”. La mención del Ejército de Liberación Nacional, una guerrilla que ni siquiera aparece en la historia oficial del accidente, sólo termina de enredarla más.

 

Los patólogos asumieron que se trató de una bomba, aunque no detectaron ni rastros de explosivos ni otras señales en los cuerpos. No eran novatos. El narcoterrorismo de los ochenta había sido la mejor escuela.

 

¿Alguien quiere confesar algo?

La posibilidad de rescatar pedazos de verdad en el abismo del tiempo que se abrió desde esa explosión hasta hoy parece remota. El Arete tiene una clave, pero tal vez ningún interés por dejar de ser el culpable. Ya está libre y, de acuerdo con varios periodistas judiciales, bajo protección de la DEA. Los funcionarios de Avianca y de la Boeing directamente involucrados pueden tener otro hilo suelto de esta historia. Pero, en este caso, ¿quién va a involucrarse cuando falta tan poco para que todo lo borre el tiempo? Quizás entre los 500 cuadernos empolvados que conserva la Fiscalía existan las piezas que faltan. Por ahora, y por tratarse de un caso de lesa humanidad, no es posible acceder al expediente. ¿Es posible que entre sus folios exista la evidencia irrefutable de los dos fantasmas de este vuelo: Alberto Prieto y Julio Santodomingo?

 

Si no fue una bomba la que estalló en el HK 1803, significa que los investigadores de la Aerocivil o los organismos de inteligencia del Estado fabricaron la historia de Alberto Prieto y Julio Santodomingo para completar los vacíos que no podían llenar con evidencias reales sobre la bomba. El falso experto del FBI Richard Hahn ya los había convencido, pero cómo explicarlo ante la opinión pública sin un relato coherente con detalles. De cualquier manera, sólo Hahn sabe por qué se hizo pasar en Bogotá como experto en explosivos. O por qué lo sigue haciendo en Estados Unidos. ¿Era el hombre llamado a acomodar pruebas cada vez que se necesitaba, como lo creyó el agente Whitehurst, o simplemente un hombre con una idea equivocada de sí mismo y de sus capacidades?

 

La nieta de la tragedia

 “Los fantasmas del HK 1803”. Ese fue el título que eligió Valeria Parra Gregory, nieta del pasajero John Gregory, de la silla 15A, para un reportaje que escribió en la maestría de periodismo de la Universidad de los Andes y que publicó en su revista digital Cerosetenta. Valeria, de 24 años de edad, reconstruyó el accidente del avión con las piezas de la historia oficial que le contaron sus tíos, que leyó en los periódicos y las revistas. La sensación de algo inconcluso, fantasmal, de una verdad a medias, nunca ha abandonado a su familia. “Más de veinte años después sigo confundida, aturdida respecto a ese capítulo de mi historia personal. No sé de qué se trata perdonar a esos sujetos, si ni siquiera tienen rostro, son como un monstruo fantasma”, contó una de sus tías.

 

El accidente de Avianca destrozó a su familia. Sus tíos se dispersaron por varios países. Su mamá, Adriana, que estudiaba filosofía en la Universidad Nacional, nunca volvió a ser la misma. Primero se aisló. Luego su comportamiento comenzó a ser más errático. Un día se marchó de la casa sin rumbo fijo. Cuando Valeria preguntaba por su mamá, sus amigos sólo la recordaban como una mujer alegre, profunda, destacada en la universidad, con inteligencia aguda. De vez en cuando aparece en sus vidas. Quien se hizo cargo de ella y de su hermana fue su papá.

 

En una panadería del norte de Bogotá escucha sorprendida la historia de Richard Hahn, de la Kika, de Fred Whitehurst, de las mentiras de Popeye, del reporte de las bombas extraviadas de gasolina, de la confusión en torno al Alberto Prieto, de los incidentes sobre explosiones de otros aviones en el mundo o de las medidas que tomó la Boeing para corregir los defectos de los circuit breakers. Le cuesta trabajo entender por qué estos pormenores no se revelaron antes. Se queda pensativa. No es fácil digerir una versión de los hechos tan distinta a la que escuchó toda su vida. Perpleja, antes de despedirse y marcharse caminando por la carrera Séptima hacia el centro de la ciudad, pregunta: “¿Por qué todo tiene que funcionar así? Si lo hacen mal en un caso como este, ¿qué puede esperar de la justicia una víctima solitaria de un caso aislado en una vereda de Colombia?... Este país no funciona por eso”.

Avianca 203