Biografía / él como PERIODISTA
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Guillermo Cano: el periodista todoterreno
Quienes conocieron al director de El Espectador, asesinado hace más de tres décadas, destacan que era un apasionado por las corridas de toros.
Por: Jesús Mesa Mosquera
Guillermo Cano junto a su esposa Ana María Busquets en una corrida de toros.
E
l Espectador al que arribó el joven Guillermo Cano en 1944, con 18 años y el cartón de bachiller en las manos, estaba dirigido por su tío y su padre, Luis y Gabriel Cano, y en la redacción acababan de darse movimientos que guiarían la política editorial del periódico durante más de dos décadas.
La redacción quedó en manos de dos periodistas: Darío Bautista, precursor del periodismo económico y José Salgar, con apenas tenía 23 años. (Le puede intersar: 30 años sin Guillermo Cano)
Al llegar a la redacción del periódico, como suele hacerse con los nuevos periodistas, su tío Luis lo presentó, a la redacción. “Enséñenle lo que ustedes saben. No lo elogien, regáñenlo”. En una época en la que el periodismo no se estudiaba en las universidades y el oficio se aprendía desde abajo, Guillermo Cano, quien había visitado las rotativas, se empapó de todo lo que rodeaba al periódico: desde los consejos de redacción hasta aprender a leer al revés, como lo exigían los linotipos antes de que el periódico saliera a impresión. (Le puede interesar: Guillermo Cano: periodista desde el colegio)
“Guillermo Cano aprendió a leer al revés con deleite absoluto como lo exigía el oficio” , recuerda Bonifacio Tinjacá, el último de los linotipistas y quien trabajó durante cuarenta años en El Espectador. Guillermo Cano se apasionó por el tema. Ayudaba montando los avisos, organizando las letras y estaba siempre pendiente de que el periódico saliese impecable. De hecho, ya cuando su posición en el periódico había crecido, aún bajaba a ver las rotativas y de vez en cuando a echar una mano. (Le puede interesar: El Aguilucho: el periódico en el que comenzó Guillermo Cano)
El periodismo y todo lo que rodeaba al oficio fue una de las grandes pasiones de Cano. La reportería, base esencial del trabajo, fue su puerta de entrada. Siguiendo los consejos de su tío Luis, Guillermo salió a la calle. Buscaba noticias en donde pudiese, comisarías, espectáculos, cualquier evento que pudiese ser noticia. Sin embargo, como suele suceder con los reporteros novatos, la búsqueda de los temas no siempre era recompensada con la publicación de los mismos. Esa experiencia le sirvió para formar criterio propio y a entender la noticia.
“Desde el primer momento demostró entusiasmo por la noticia, en esa tarea de trabajos forzados que significaba hacer periodismo sin otra opción que una libreta de apuntes y una máquina de escribir”, manifestó en 2011 su fallecido colega José Salgar. En este momento Guillermo Cano era un periodista “todoterreno”, pero su intención para hacerse un nombre dentro del periodismo estaba en una de sus más grandes pasiones, que quienes lo conocieron destacan que era similar a la que sentía por el periodismo, las corridas de toros.
En el año de 1944, los jueves en las páginas de El Espectador contaban con una sección bajo el título de “La fiesta brava”, bajo la dirección de la polémica Emilia Pardo Umaña, en ese entonces la única mujer a cargo de una sección taurina en la prensa escrita colombiana. Pero, siguiendo la seguidilla de cambios que había tenido El Espectador hacía poco, Emilia emigró a El Siglo y la dirección de esta sección quedó libre y la información de la tauromaquia quedó a cargo de Guillermo Cano y Santiago Rueda.
El primer texto de Guillermo Cano no pudo haber sido otro que la primera presentación de una de las toreras que paralizó con su visita al país. Concepción Cintrón Verill, conocida como “Conchita” Cintrón, después de exitosas giras en Perú y México, visitaba el país por primera vez. La visita de Conchita era un acontecimiento nacional y Guillermo, recordando sus épocas de reportero todoterreno, cubrió el evento desde todas las aristas: la llegada de la torera al aerodromo de Techo, las corridas con boleteria agotada en la Santamaría, la presentación que hizo frente a 30.000 niños pobres e inclusive su partida hacia Europa. Era tanta su admiración por la torera chilena que sus compañeros de la redacción le apodaron como “Conchito”, un seudónimo del que se apropiaría y utilizaría para firmar 23 de sus textos.
Pero a finales del año 1944, año en el que Guillermo Cano hizo su curso de periodista en El Espectador, el joven periodista optó por dejar su seudónimo y firmar como los grandes periodistas. Atrás habían quedado grandes textos como los elogios a los toreros mexicanos, en especial s a “El Ciclón” Carlos Arruza, quien era criticado por sus colegas de otros diarios. Tomó partido en la discusión de quién era el mejor torero y sorpresivamente se dejó seducir por Juan Belmonte, por encima del aclamado Manuel Rodríguez “Manolete”. Y, dejando ver su interés por la denuncia, que años después lo haría reconocido en sus editoriales, llamó la atención a la afición taurina bogotana, pues admitió que la afición de Medellín le estaba ganando en cartel y organización.
De ahí en adelante, los textos del espacio “Templando y Mandando”, eran firmados por Guillermo Cano, en donde empezó a explorar el género de la crónica, una de sus grandes pasiones y por las que, años después sería reconocido, prueba de ellos la magistral crónica titulada “Faena monstruosa” sobre la presentación de Manolete en 1946, quien era solicitado hace años por la afición taurina colombiana. El torero español, se despidió de la capital en un mano a mano con el mexicano Carlos Arruza, y aunque la afición vibró más con la presentación del torero manito, Guillermo Cano, siempre expresando su opinión, afirmo en una de sus columnas que “Tal vez, cuando sea demasiado tarde, esa masa se dará cuenta de la enorme injusticia cometida y entronizará, ahora sí como a su verdadero héroe, a aquel que no hacia mucho despreciaba”.
Dieciseis meses después de aquella presentación, llegó a Colombia la triste noticia de la muerte de Manolete, quien falleció en el ruedo y al que Guillermo Cano, en un magistral texto, en donde exploró uno de sus géneros predilectos, la crónica, narró con detalles la muerte de uno de los mejores -quizás el mejor- torero de su generación.
“[...] Manolete se volvió sobre el toro. El asta asesina penetró como un cuchillo afilado por el escroto [...] Un chorro de sangre saltó y Manolete cayó desmayado. Su mano izquierda quedó ensangrentada. Con ella trató de contener la hemorragia. La sangre le cubrió un anillo. Ese anillo que le regaló su madre, doña Angustias, que tiene una leyenda: “Hijo mío, Dios te proteja. No te asustes…”
Pero tanto su tío Luis como su padre Gabriel, quienes preveían un futuro prometedor para el joven Guillermo, sabían que con la crónica taurina, Guillermo no llegaría al lugar al que ellos querían llevarlo. De esa manera, lo incentivaron no solo a cubrir eventos relacionados con la tauromaquia, sino también espectáculos, en especial culturales. Y aunque la premisa en el periódico era la de “Menos literatura, más periodismo”, había ciertas licencias, dependiendo claro de los temas.
Ese año, el de 1946, fue un año sumamente crítico en lo político y el papel de Guillermo Cano, que hasta ahora había sido de periodista taurino y de espectáculos empezaría a cambiar para siempre. Los acontecimientos de las caldeadas elecciones de 1946, en la que el partido Liberal llegó dividido a los comicios y por ende le dieron la victoria al conservador Mariano Ospina Pérez eran los temas del día a día. La violencia en Colombia se intensificaba en el campo y Guillermo Cano aunque seguía escribiendo de toros y espectáculos, empezó a explorar otros campos, como la actualidad nacional y en 1947 fue designado Secretario de Dirección y Redacción, en donde aunque la noticia era aún la prioridad, la mezcla de la actualidad con el lenguaje literario fue lo que a Guillermo Cano lo hiciese grande. Pronto vendría la creación del Magazín Dominical y su lucha personal por abrirle a El Espectador, un espacio propio de las artes, la literatura y la cultura.