SUS LUCHAS Y PASIONES / libreta de apuntes
04
Libreta de Apuntes, 13 de mayo de 1984
Libertad y libertinaje
P
eriódicamente, pero de manera especial cuando ocurren hechos excepcionales y entre estos los excepcionalmente graves como como el asesinato del ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, los medios de comunicación se someten a una autocrítica que suele, en no pocas ocasiones, desbordar la propia prudencia que aconseja tratar con cabeza sumamente fría todo cuanto pueda comprometer de una manera o de otra la libertad responsable de la prensa. Sobre todo la de la prensa escrita que, por serlo, es testimonio que perdura y sobre la cual puede volverse, con más severidad, en el juzgamiento de sus actos que cuando se utilizan los sistemas electrónicos modernos de comunicación.
A nosotros nos agrada esa periódica autocritica que, entre otras cosas, corresponde al estado de ánimo no sólo de los periodistas, alertados o alarmados por su mismo poder, sino de la opinión pública que es, a fin de cuentas, el juez más implacable que tiene la prensa.
A ella se debe y de ella y para ella vive. Es natural, pues, que en las crisis agudas el juzgamiento de los hechos se torne más implacable por parte de esa opinión pública, que en situaciones normales está dispuesta a tolerar ciertos desbordamientos de palabra y obra pero que se siente lesionada, de manera grave cuanto más grave es la dimensión que la afecta por acontecimientos como los sucedidos en las últimas semanas en Colombia.
No nos extrañó, por lo mimos, que entre el alud de correspondencia recibida en estos días nos encontráramos, en una extensa carta de un lector preocupado por los problemas de la guerra y de la paz en nuestra patria, con el siguiente párrafo que es, entre irónico e indignado, una muestra de lo que mucha gente está pensando de la prensa. Dice así el corresponsal:
“¿A quién engañan?
“Durante varios meses los diarios han sido inundados de comunicados, declaraciones, manifiestos, entrevistas, en los cuales se dice: ya viene, ya se acerca, ya estamos próximos a la paz.
“Los medios de comunicación han sido los grandes favorecidos al tener cada mañana, tarde o noche tema para sus comidillas periodísticas y famosas entrevistas con bandoleros en las montañas, en los valles, en los campos, en los hoteles, en pensiones, en matrimonios, en el Tequendama, en La Uribe, en los trenes. La opinión pública, ante tanta payasada, permanece expectante a ver qué pasa”.
Lo que piensa el lector ha sido reflejado con evidente tortura en comentarios editoriales de los principales periódicos colombianos de los últimos días que se han ocupado a fondo sobre el fenómeno de la excesiva propaganda que los movimientos subversivos han montado, con indiscutible habilidad y mejores resultados, hasta lograr que nos sintamos manipulados por fuerzas extrañas al verdadero ejercicio de la profesión periodística.
Los movimientos guerrilleros y sus principales líderes han encontrado en los medios de comunicación —y de culpa ninguno puede sentirse del todo relevado— una generosísima y desmedida publicidad. La televisión, con todo su impacto audiovisual, ha sido aprovechada al máximo, ordeñada publicitariamente por los emes 19, farques, elenos y similares. Y La radio, ni se diga. Y periódicos tan serios como El Tiempo tuvieron a un fotógrafo con todo su equipo full al servicio de la toma de un tren turístico en las mismísimas goteras de Bogotá para que al día siguiente aparecieran en primera plana y en páginas interiores abundantes fotografías a color y en blanco y negro acompañando el relato, con pelos y señales, del heroico episodio propagandístico. Tan incómodos se debieron sentir nuestros colegas de la Avenida Eldorado que al día siguiente aparecía un editorial rasgándose las vestiduras por la orgía de propaganda a la subversión en los medios masivos de comunicación social.
Buena es la libertad pero pésimo el libertinaje…
Estamos de acuerdo
En eso, otra vez, estamos todos los colombianos de bien de acuerdo. Es necesaria una saludable reacción en el gremio periodístico contra la utilización que de ella se está haciendo por parte de la subversión, armada y desarmada, con comunicados, declaraciones, ruedas de prensa y montaje de asaltos a la fuerza bruta de trenes de turismo ocupados por distraídos viajeros sabaneros.
Hace varios meses, en estas mismas columnas, señalábamos cuáles eran las líneas de conducta de El Espectador en el tratamiento a este tipo de informaciones. No ignorar los hechos, pero no magnificarlos, ha sido una consigna de este periódico que hemos venido cumpliendo hasta donde es profesionalmente posible. Como cuando se acordó, en Barranquilla, el famoso pacto de honor de los periódicos sobre la crónica roja, nuestro diario ha procurado mantener en un sitio determinado de discreta notoriedad los hechos de sangre cotidianos y sólo cuando acontecimientos de una gravedad superior nos obligan a divulgarlos con especiales características de trascendencia —el asesinato de un ministro, un delito tan atroz que se sale de todas las normas de equilibrio noticioso—, recurrimos a los despliegues informativos y noticiosos y de comentarios que la misma opinión pública demanda y exige, puesto que la indignación es compartida por todos.
El cumplimiento estricto del Pacto de Barranquilla ha significado, por parte nuestra, el sacrificio del síndrome de la chiva¸ en cuanto a crónica roja se refiere. Y no siempre ha sido bien entendida por los lectores, ni bien compartida por nuestros colegas. Pero esa disciplina nos ha permitido enfrentar los tipos de manipulación que en la era moderna de los medios de comunicación quieren imponer los terroristas, los sediciosos, los subversivos y hasta los narcotraficantes.
A estos últimos les hemos dado un tratamiento especial en el sentido que hemos procurado señalarlos, ante la opinión pública, en toda la abyección de sus actos puesto que son profesionales del delito. Jamás los hemos exaltado como Robins Hoods, que gastan su pecaminosa fortuna en complacer con dádivas de beneficencia ciertas obras públicas: adquisiciones de techo para los más necesitados, iluminación de estadios y parques y otras triquiñuelas mafiosas para embrujar incautos. Nuestros lectores son testigos de que hemos luchado contra el narcotráfico sin que nos tiemble ni la voz ni la pluma, porque estamos convencidos de que la degradación moral del país mucho tiene que ver con el auge de las mafias y del comercio de los estupefacientes.
Y en cuanto a los movimientos subversivos, compartimos los criterios editoriales de El Tiempo y de algunos de sus columnistas, quienes han participado en los últimos días en la autocrítica severa a los medios de comunicación. Señalamos, sí, que es peligroso caer en los extremos de la censura total, es decir, al silencio absoluto de lo que está ocurriendo alrededor nuestro. Hemos vivido y padecido esos silencios y sabemos cómo a su amparo, antes de crecer, la justicia se desfigura y se desdibuja.
Los peligros de la censura
Ahí está la dificultad máxima del problema de cómo puede u debe la prensa enfrentar la escalda propagandística de la subversión. Si continua permitiendo su manipulación se corre el riesgo evidente de que por rechazo público y por reacción oficial se pueda llegar al camino peligrosísimo dela censura previa que ya se adivina tras algunas declaraciones de voceros del sector público. Y del privado también, que no vería de mala forma algún tipo de represión a los festines publicitarios que se están dando los subversivos con sus apariciones públicas, orquestadas y organizadas.
La democracia y la libertad tienen, en su misma esencia, los anticuerpos necesarios para defenderse del libertinaje. Inclusive, nos atreveríamos a decir que en medio de tanta propaganda fofa y boba, como la que se le ha estado haciendo a los subversivos, el hecho de que la opinión pública haya podido leer, ver y escuchar a los máximos líderes de esos movimientos les ha permitido, al fin de cuentas, juzgar las calidades morales e intelectuales que los adornan, que no son especialmente nuevas ni novedosas. No hay profundidad porque hay mucha superficialidad en los conceptos de estos líderes que acaso, rodeados del misterio impenetrable del silencio, adquirirían dimensiones sobrehumanas de las cuales ciertamente carecen. Pero en todo caso, el desnudarnos una vez más está bien. Pero ya repetir la película, un día sí y al siguiente también, cada noticiero, cada espacio, ya sea radial o televisivo, cada entrega de periódico, ya es igualarlos a cualquier marca producto de consumo que aumenta sus ventas según la periodicidad del mensaje que envían por la radio, la televisión o la prensa. Con un agravante: que la publicidad le es otorgada gratuitamente, a título de yo chiveo para que no me chiveen. Así de sencilla aparece la manipulación evidente de que están siendo víctimas los medios de comunicación con la advertencia, por lo demás, de que el fenómeno no es exclusivamente colombiano sino internacional. Brigadas Rojas, etarras y similares hacen lo mismo en sus áreas de influencia. Hasta que, como ha ocurrido en España, se hartaron los medios de comunicación de prestarles, sin ponérselo, los flacos servicios que de ellos esperaban los terroristas.
Es saludable y es conveniente pues, que la prensa haga exámenes de conciencias periódicos como el actual. Pero que no se eche al olvido lo que se escribe hoy para hacer mañana todo lo contrario. Ejemplo, como el pacto de caballeros de Barranquilla abundan en el país. La crónica roja en algunos de los periódicos que firmaron ese compromiso voluntario —y un compromiso voluntario en manera de prensa es preferible en todo caso a un compromiso con el país y con la opinión pública, con sus lectores, radioescuchas o radiotelevidentes. Nosotros lo asumimos hace y varios meses y seguiremos luchando por la objetividad, dentro de una libertad sin libertinaje.