SUS LUCHAS Y PASIONES / libreta de apuntes
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La paz que no se ha ensayado: Guillermo Cano
El 20 de marzo de 1983, en su Libreta de apuntes, el entonces director de El Espectador habló sobre la situación del país.
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esde cuando hace más de un año insinuamos que si se habían ensayado en tres décadas los más variados sistemas de represión de la violencia política y común, ¿por qué no se recurría al ensayo que nunca se había hecho en la búsqueda de la paz? Durante treinta o más años el país gastó y desgastó sus instituciones, sus hombres y sus riquezas para reprimir movimientos subversivos, o guerrilleros o bandoleros, o como se los quiera llamar.
Pero jamás, fuera de ciertos paréntesis como la amnistía de Rojas Pinilla y posteriormente con la rehabilitación de Alberto Lleras, se recurrió a cambios diferentes de los de la fuerza en nombre, legal si así lo quiere usted, amable lector, de defender el sistema democrático amenazado. Y es verdad histórica que sólo en los dos paréntesis anteriores se vislumbró tan cerca la paz completa. Pero en ambas oportunidades funcionaron los “torpedos” de guerra a la paz. El primero cuando los guerrilleros se acogieron a la amnistía, fueron perseguidos implacablemente y algunos de ellos asesinados de manera brutal. Y en la segunda entrabando, estableciendo alambradas de hostilidades a los programas de rehabilitación que estaban permitiendo a los colombianos pescar de noche en nuestros ríos.
En los primeros meses del año pasado todos los candidatos a la Presidencia de la República, sin excepción alguna, plantearon en sus campañas la necesidad de paz. Unos con más amplitud hablaron de paz nacional; otros equivocadamente de paz liberal; pero todos de una paz con soluciones políticas, sociales y económicas. Los colombianos, al pronunciarse en las urnas, lo hicieron no sólo por el nombre de sus preferencias, sino, indiscutiblemente, por la paz. Y el presidente elegido y en pleno ejercicio está ensayando la paz desde los comienzos y aun en las vísperas de su mandato.
No comprendemos, entonces, que si la guerra —con breves intervalos frustrados de paz— ha durado treinta años, ¿tenemos que declararle la guerra a la paz cuando aún no van siete meses de experiencias en campos minados de uno y otro lado?
¿Sí quieren la paz?
Hay momentos, cuando leemos unas declaraciones cargadas de explosivos virulentos disparadas por agentes de orden y de paz o nos enteramos de espantables y cobardes acciones delictivas realizadas por gentes de guerra sin ley ni Dios, en que nos sentimos caminando por entre un laberinto si salida, en medio de las tinieblas, de rayos y centellas, de truenos ensordecedores, en el cual cada pequeño sendero que se vislumbra como luz guía hacia la paz, termina en una muralla de incomprensiones y de ambiciones y de egoísmo que no hay forma de superar. Los guerrilleros divididos continúan sus acciones violentas a pesar de que se les ha tendido la mano y en ella el olvido; la delincuencia se adueña del río revuelto para lograr abundante pesca en su infame profesión depravadora; sectores amplio de la sociedad organizada y trabajadora deciden echar por el camino de en medio justificando y justificándose en sí mismos el ejercicio de la justicia personal, no importa la crueldad con que se aplique, regresando a las épocas aterradoras de las matanzas sumarias, sin procesos, ni leyes, ni jueces. Y es entonces cuando intuimos, alarmados y aterrados, que estamos acercándonos acelerada, inconsciente, irresponsablemente a la ominosa coincidencia de que lo que todos quieren, los bueno, los menos buenos, los menos malos y los malos, lo que quieren es la guerra a muerte, total, de tierras arrasadas, de ciudades devastadas y de seres humanos sin vida, sin honra y sin hacienda. Lo que no se quiere es la paz. Lo que quieren es la guerra. Ante tan grande torpeza histórica, nos negamos a formar filas en los ejércitos apocalípticos de la subversión, de la violencia delictiva o de los vengadores crueles e implacables que agitan la bandera de la pena de muerte, de la “ley de fuga”, de la justicia por propi mano, de la Muerte a Secuestradores, del “ojo por ojo, diente por diente”. Hemos siempre formado parte del débil e inerme ejército de la paz, porque tiene que existir alguna diferencia que distinga, en la sociedad humana, entre quienes le rinden culto a la guerra y quienes le rinden culto a la inteligencia y al espíritu del hombre que es, al fin de cuentas, lo que lo separe de los seres irracionales e inferiores.