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Apuntes sobre los apuntes de Guillermo Cano
Con motivo de los 30 años del asesinato de Guillermo Cano, la fundación que lleva su nombre publica el libro ‘Apuntes para siempre’ en el que reúnen algunas de sus columnas sobre paz, narcotráfico y derechos humanos que Cano escribió entre 1979 y 1986. Hoy sus palabras, lecciones y relatos sobre un país que le dolía en el alma cobran vigencia. El Espectador publica el prólogo escrito por Héctor Abad Faciolince.
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an pasado treinta años desde que los sicarios contratados por Pablo Escobar mataron a don Guillermo Cano, un periodista y un hombre excepcional en la bondad y en la entereza.
El diario que dirigió sabiamente durante decenios, El Espectador, había sido cerrado por la dictadura, censurado por gobiernos conservadores, atacado económicamente por la empresa privada, pero el ataque más extremo y salvaje a su libertad, a su independencia y a su misma existencia vino del narcotráfico. No contento con haber asesinado a un periodista extraordinario, el “patrón del mal”, como se llegó a conocer al asesino de don Guillermo, prohibió que el periódico se vendiera en Antioquia (donde había nacido casi un siglo antes), y ordenó matar a los periodistas y empleados que aceptaran trabajar en ese medio. ¿Por qué se ensañó la mafia, y la política aliada de esa mafia, con don Guillermo Cano y con El Espectador? Porque él fue capaz de resistir al halago y al embeleso de los millones de dólares de los traficantes; porque él inspiró al periódico para que no oyera los cantos de sirena de los mafiosos, capaces de corromper el talante y el tono moral de todo un país.
Doña Ana María Busquets de Cano y sus hijos me han encomendado el grato encargo de releer (en muchos casos de leer por primera vez) más de 300 columnas publicadas en El Espectador por don Guillermo Cano entre el 1 de julio de 1979 y el 21 de diciembre de 1986.
La “Libreta de apuntes”, que se imprimía (y olía a tinta y a papel periódico) todos los domingos, era exactamente lo que su título dice: bocetos a mano alzada, escritura urgente, inspirada por los sucesos o los pensamientos de una semana, y luego condensados en pocas páginas. La red no se había inventado todavía y los matones de Pablo Escobar (o sus aliados políticos a quienes el periódico denunciaba) podían comprar toda la edición en papel de un periódico, para que nadie lo leyera en Medellín. Los últimos apuntes, los que se imprimieron el 21 de diciembre de hace 30 años, ya no los pudo leer impresos don Guillermo Cano. El miércoles 17 fue abaleado por orden de los narcos, al salir de periódico manejando su propia camioneta, que iba llena de aguinaldos para los nietos. Eran esos días familiares y cálidos de las vísperas de la Navidad, esos días en que se sueña con un renacimiento amoroso, que de repente se convirtieron en unas Navidades ya manchadas para siempre por el dolor y la sangre derramada por la malevolencia de la mafia aliada con la peor política.
La idea original de la “Libreta de apuntes” no fue de don Guillermo, sino la feliz sugerencia de un amigo. Así lo cuenta en una nota del 4 de abril del 81 que llamó “Apunticos para una Libreta”: El Gran Capitán (Ospina Navia) me dijo que fuera haciendo, día a día, en una libretica, apuntes brevísimos que encontrara merecedores de ampliar o simplemente de mencionar en la Libreta de apuntes. Y lo he venido haciendo”. Lo grande empieza en lo pequeño, el artículo en el apunte, la tesis en una intuición, el buen argumento en un buen ejemplo de la vida real. La calidad y la importancia del escrito vienen después, cuando tras el apunte se siente una urgencia ética: el deseo de contribuir a que el nuestro fuera un país honesto, democrático, donde se respetaran los derechos humanos y las libertades. Y luego viene la valentía de escribir sin miedo lo que se piensa, los valores humanos que se defienden. Esto apuntó don Guillermo el 14 de marzo del 83: al miedo hay que salirle adelante, con el mucho o poco valor que nos quede.
La convicción que tuvo, como gran periodista que fue, era que en un país ciertas cosas podían ocurrir o no dependiendo de si quienes tomaban las decisiones dejaban o no que pasaran. El gobierno, los partidos, los periódicos, los ciudadanos, los empresarios podían aceptar o no el dinero y el chantaje de oscuras procedencias. Don Guillermo Cano tenía motivos muy bien fundados para advertir la corrupción que carcomía el “tono moral”, la salud ética del país. Él vio, antes que muchos, lo que ocurriría en un país cooptado por el crimen y corrompido por el narcotráfico.
Lo anterior no quiere decir que sus “Apuntes” fueran obsesivos o monotemáticos con el tema del dinero sucio. No era un Savonarola tronando cada domingo contra los mafiosos o los filisteos. También él y sus lectores descansaban de las cuestiones más duras y urgentes. El tono y los temas, como verá el lector que se adentre en estas páginas, eran variados. Escribía libremente, con la levedad que aconsejaba Italo Calvino. Los asuntos podían a llegar a ser muy personales; podía comentar aspectos triviales de la vida cotidiana o del pasado; igual hablaba sobre libros o películas, que sobre narcotráfico, narcotraficantes y corrupción; así como denunciaba, defendía o elogiaba. Bogotá y Colombia fueron los temas más recurrentes de su Libreta. Pero también desde ella miró muchas veces al mundo, con apuntes de lecturas o de viajes.
El lenguaje de sus escritos es sencillo, directo, ameno, a veces irónico. No usa adornos ni frases rebuscadas. Mezcla la narración con la opinión, quizá con más dosis de la primera que de la segunda, según el tema y la ocasión. Se dirige a un lector ilustrado, pero común y corriente, a quien no pocas veces abría su propio espacio para publicar sus cartas. Si eran importantes y aportaban al caso, y eran decentes, no importaba la posición ideológica que defendieran. Quizá por la unión de estas cualidades, su columna fue merecedora del Premio Nacional de Periodismo en febrero 1986, el mismo año de su muerte.
La Libreta solo tenía dos cosas fijas: el día y el lugar. Se publicaba el domingo, en la página 2A de El Espectador. Lo demás, debía ser sorpresivo: el tema o los temas, podía ser cualquiera, aunque algún lector intuyera, a fuerza de conocer a don Guillermo, la forma en que encararía el contenido de la columna. Cada uno de sus Apuntes semanales podían estar dedicados a un solo tema, pero muchas veces dividía la columna en apartados con asuntos distintos, tratados con agilidad. A veces un solo título englobaba todo un tema, fraccionado en bloques. Otras, el tema era único, pero cada bloque llevaba su propio subtítulo. A veces mezclaba temas… Y cuenta que en numerosas ocasiones se disputaba los buenos temas con su esposa Ana María, que llevaba la columna Para leer en la mañana. No era el caso que ambos escribieran la misma semana de lo mismo.
Algo sorpresivo, y muy variable, era la extensión de los artículos, que no siempre se ceñían a las dos columnas de la página 2A. En muchas ocasiones continuaba en la página 3A o en la 4A, y a veces la extensión añadida era tanto o más larga que la de la página principal. Podía permitirse más inspiración ciertas semanas. Lo que aspiraban a producir sus títulos era una especie de incógnita, algo que intrigara o captara la atención del lector distraído, porque no era corriente que anunciaran el contenido del bloque o de la columna. Algunos ejemplos: “Como en un mercado persa”, “El ovillo más enredado del mundo” o “De las cosas pequeñas”, entre muchísimos otros.
De vez en cuando don Guillermo terminaba su columna con un pequeño bloque al que denominaba, según el material del que disponía, Moraleja o Leído en otra parte. La Moraleja era, casi siempre, una frase, testimonio, o algo similar, en forma de sentencia, muchas veces como un KO al lector. Y Leído en otra parte era la publicación de textos ajenos o palabras dichas por otros. Una y otro podían o no tener algo que ver con el tema desarrollado en la Libreta. En este último caso lo que define la calidad es el buen ojo y el buen gusto del lector. Este es un buen ejemplo de “Leído en otra parte”: La muerte es sobrecogedora por lo que tiene de misteriosa: lo que es terrible es matar. La tragedia es la de Caín, no la de Abel”. Lo dijo el exembajador y exministro español, Antonio Garrigues Cañabate, a propósito del holocausto, en Cambio 16.
Un buen comentarista de la actualidad debe tener a veces un don extraño, que puede parecer mágico, casi sobrenatural, pues parecería revelar poderes de adivino, la capacidad de anticipar el futuro, pero que es solo fruto de su buen olfato. En realidad lo que pasa es que el buen comentarista es simplemente una persona alerta, un buen observador de lo real, que a su dotes de observador une la experiencia. Estos dones no son ajenos a don Guillermo y se pueden apreciar sobre todo en las consecuencias perversas que previó si el país cedía al chantaje del narcotráfico. Pero a veces sus premoniciones son menos sociológicas y más puntuales, incluso físicas. El 6 de octubre de 1985, cuarenta días antes de la tragedia de Armero, los Apuntes de don Guillermo advertían sobre “El volcán dormido”, el Nevado del Ruíz, que por su fumarola y sus cenizas no estaba tan dormido. Si leen esa “Libreta” sentirán el escalofrío y la tristeza de que no se le hiciera caso a un observador lúcido capaz de anticipar una tragedia evitable.
Alguien que adivina las causas de una posible tragedia futura suele ser el mismo que observa y recuerda con cuidado el pasado. Al pasado dirige muchas veces sus ojos don Guillermo. Al respecto es muy curiosa y casi divertida la forma en que recuerda, 30 años después, la forma en que Mariano Ospina Pérez decomisó toda una edición del periódico en el año 49, al principio de la Violencia. El joven reportero estaba en ese momento en Cartagena, cubriendo el Reinado de Belleza, y cuenta lo siguiente:
A eso de las seis de la tarde recibimos una llamada (…). Al otro lado de la línea, don José Salgar, con voz nerviosa, nos informó: Las fuerzas militares acaban de decomisar brutalmente la edición de hoy de El Espectador. El presidente Ospina Pérez clausuró el Congreso por la fuerza, y el gobierno ha establecido una rígida censura de prensa y radio.
“¿Y a qué se debe la censura?”, le preguntamos.
“A que la Cámara de Representantes se disponía a acusar ante el Senado al presidente Ospina.
“¿Y el secuestro de la edición del periódico?”
“Porque alcanzamos a anticipar esa noticia para la edición local.”
“¿Crees que debemos regresar? ¿Nos necesitan para algo allá?”
“No”, fue la inmediata y sorprendente respuesta. Por el contrario, mañana, más que hoy, los necesitamos allá. Manden todo el material que puedan. Fotografías, mucho reinado. Muchas fiestas novembrinas. Con la censura que ya tenemos instalada aquí, eso será de lo poco que podremos publicar. Ustedes a llenar páginas, nosotros a aguantar la censura. Hasta luego. (…) De este modo, lo que al principio parecía una misión divertida y sin mayor trascendencia que la que se había dado en reinados anteriores, el concurso de belleza de hace 30 años se convirtió en la principal noticia de primera página…“ (Nov. 11/79). Era lo único que podía publicarse en adelante: frivolidades. Pero que todo el periódico se dedicara a esos temas, era ya una señal y una protesta sutil. Una crítica tácita a los censores del Gobierno. Aquí conviene recordar un aforismo de Karl Kraus: “Las críticas que el censor comprende, merecen ser censuradas.”
El lector curioso encontrará en esta oportuna recopilación una lectura variada, amena, de un hombre que, a través de sus escritos, deja entrever su personalidad, que es casi un sello de los mejores Cano periodistas: la prudencia, cierta picardía irónica, la variedad de intereses (deportes, toros, política, viajes, amistad, pesares), pero ante todo la entereza, el valor y la integridad moral. Sin ser un predicador, ve y anuncia las más claras fallas éticas de nuestra nación. Fallas que, en muchos casos, siguen vivas. También revela un optimismo a veces casi ingenuo en la capacidad de redención de Colombia. Tanto el destino final de don Guillermo Cano, como lo que ha ocurrido en nuestro país en estas tres décadas más llenas de tragedias que de alegrías, hacen pensar que su optimismo no era lo más exacto. Sin embargo, fue ese optimismo lo que le permitió escribir profusamente. Por el optimismo denunció lo que debía denunciar, pues confiaba en que podía enderezarse. Sin ese optimismo, se habría paralizado o habría enmudecido, pues las palabras le habrían parecido inútiles. En ese sentido sus columnas son un ejemplo a seguir: no ceder al miedo ni al desánimo es importante en toda época. No temer la injusticia, no calcular el perjuicio económico. Y por último, incluso, sacrificar la vida en defensa de la libertad de pensar, opinar y escribir con total independencia. Releyéndolo uno se da cuenta de que la vida y obra de Guillermo Cano, su valentía, siguen siendo un gran ejemplo.
Los invito a disfrutar estos apuntes, en los que hay dosis de alegría y tristeza, de dulzuras y amarguras, de ligereza y hondura. De todo, como en botica. Y en ese “mercado persa” de la escritura apreciarán al hombre: Don Guillermo Cano, el bueno”.
Héctor Abad Faciolince
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